THE LIFE OF HENRY THE FIFTH
Culminación de la tetralogía que comienza con
Ricardo II y continúa con las dos partes de
Enrique IV,
Enrique V es
una de las obras más populares y representadas de William Shakespeare e
incluye dos de sus pasajes más celebres, ambos arengas militares. En
efecto, esta es la obra más militarista (y patriótica) de toda la
producción de Shakespeare, lo que he hecho que se pusiera de plena
actualidad en momentos como la Segunda Guerra Mundial.
Enrique V es una de las obras
más relativamente fáciles de datar de toda la producción de
Shakespeare, pues menciona la expedición de un general en Irlanda, lo
cual es generalmente aceptado como una referencia a la fallida misión
que el conde de Essex llevó a cabo en ese país en 1599, siendo este,
por tanto, el año de culminación de la obra. En cuanto a las fuentes
documentales, la principal es son las
Crónicas de Holinshed (como en el resto de obra históricas), aunque también se inspira en una obra anónima anterior sobre este rey:
Las famosas victorias del rey Enrique V, conteniendo la gloriosa batalla de Agincourt.
A cualquiera que se anima a ver-leer
Enrique V, es oportuno aconsejarle que lo haga después de haber disfrutado de
Ricardo II y las dos partes de
Enrique IV
(en especial, estas dos últimas), pues esto le va a permitir poner las
situaciones y los personajes en el contexto de su evolución personal
(en especial, la figura del propio rey). No obstante, la obra es
independiente y se puede seguir sin necesidad de conocer los
antecedentes.
La trama comienza cuando el recién coronado rey Enrique considera la
posibilidad de invadir Francia y hacer valer sus derechos como heredero
al trono galo. El arzobispo de Canterbury le confirma que, en
efecto,por ley él es rey legítimo de Francia. El delfín de Francía le
envía a Enrique V unas pelotas de tenis para burlarse de él como
adversario, lo que termina de decidir al joven Enrique de que va a
entrar en guerra por el trono francés.
Si no quieres saber cómo termina la
obra, para de leer aquí.
El rey agrupa a sus tropas en
Southampton, donde aborta una conspiración propiciada por los franceses
para asesinarle antes de cruzar el canal de La Mancha con destino a
Francia. El periplo bélico francés de Enrique y sus tropas incluye
primera victoria sobre la ciudad de Harfleur y el momento más célebre
de la obra: la batalla de Agincourt. Allí, pese a ser menos en número y
estar agotados, las tropas inglesas -con sus arqueros a la cabeza-
consiguen una decisiva victoria sobre los en exceso confiados
caballeros franceses. Derrotado, al rey francés no le queda otra salida
que negociar la paz. Enrique V no hace concesiones, y logra ser
nombrado heredero del trono y llevarse a la princesa Catalina de
Francia como esposa. La obra se cierra con una nota sombría marca de la
casa: el valiente rey morirá joven y su hijo -el futuro Enrique VI- no
estará a la altura de su padre como rey de Inglaterra y Francia.
Como ya se indicó al principio de este artículo, Enrique V nos muestra
el final del proceso iniciado en las dos partes de Enrique IV: la
transformación del díscolo (o sea, alocado y juerguista) príncipe Hal
en el rey ideal. Por el camino, han quedado algunos cadáveres
(literalmente), el de su padre el rey Enrique IV, y, sobre todo, el de
Sir John Falstaff, su maestro de la vida, el hombre del que renegó nada
más ser coronado y que, se nos anuncia al principio de la obra, ha
muerto sumido en el dolor (esto debió de resultar toda una decepción
para los espectadores de la época que, sin duda, acudían a ver
Enrique V
con la ilusión de ver al arrasador Sir John de nuevo en acción). No
obstante, otros personajes cómicos del mundillo de Sir John aparecen
(Pistol y Bardolph), aunque el tratamiento que reciben (Bardolph es de
hecho ahorcado por orden de propio rey tras hacer un saqueo ilegal)
deja bien a las claras que el pasado juerguista de Henrique ha quedado
definitivamente atrás.
En
Enrique V nos muestra
Shakespeare lo que debe de ser un gobernante ideal: un líder que se
pone al frente de sus tropas en la batalla, un hombre de estado que
lucha por los intereses de su país, un juez inflexible que hace cumplir
la ley (aunque eso signifique ahorcar a su viejo compañero de juergas
Bardolph) e incluso demuestra crueldad si es beneficio propio al dar la
orden de matar a los prisioneros franceses después de la batalla. Pero
también es un hombre que escucha a su pueblo, que se mezcla de
incógnito con sus soldados en la víspera de la batalla para conocer de
primera mano sus problemas e inquietudes. Además, Enrique también es un
amante, un improvisado Don Juan que corteja a la princesa de Francia.
Todo eso es Enrique V.
La carga cómica de la obra se nutre principalmente de dos recursos
atemporales que todavía hoy son muy utilizados para hacer reír: la
aventuras y el estereotipado comportamiento de cuatro capitanes (un
inglés, un escocés, un galés y un irlandes) y los equívocos que se
producen cuando la princesa francesa Catalina intenta aprender inglés
(a este respecto, conviene destacar que la princesa se expresa en
francés, por lo que Shakespeare, o chapurreaba este idioma o recurrió a
alguien que le ayudara).
En suma, que Shakespeare nos dice que el rey ideal ha de ser aquel que
guía desde la primera línea de fuego a su pueblo hacia la victoria,
aplastando al enemigo sin contemplaciones. Poco edificante, pero
-tristemente- sabemos que en la práctica esa es la realidad.
Finalmente, sin duda, lo más memorable de
Enrique V
son las escenas bélicas y los dos discursos del rey ya mencionados.
Patriotismo inglés en vena y un recurso ideal para levantar la moral de
un país que se usó, por ejemplo, en la película de Laurence Olivier en
plena Segunda Guerra Mundial.
Fragmentos de la arenga en el cerco de Harfleur:
¡Una vez más a la brecha, queridos amigos,
una vez más, o cerremos el muro con nuestros muertos ingleses!
En tiempos de paz, nada adorna más al hombre que la calma y la modestia
pero cuando el fragor de la batalla resuena en tus oídos, imita los actos del tigre.
(...)
¡Y en esta carga gritad:
Dios por Inglaterra, Inglaterra y San Jorge!
Final del discurso previo a la batalla de Agincourt:
Nosotros pocos, nosotros pocos y felices,
nosotros banda de hermanos
pues el que hoy derrame su sangre conmigo será mi hermano.
Jamás será vil, este día de él un noble hará.
Y señores de Inglaterra, ahora en la cama,
se sentirán malditos por no haber estado aquí.
Y en poco tendrán su hombría
cuando hable cualquiera de los que lucharon con nosotros
en el día de San Crispín.